Primero comprobamos que el pollo esté limpio. Si tuviera plumas las quemamos con un soplete. Le metemos la mano por el culete y le quitamos las vísceras si las tuviera. Cortamos la carne sobrante del cuello y del culo.
Bañamos el pollo de aceite con nuestras propias manos. Y salpimentamos la piel.
Rellenamos el pollo metiéndole tres o cuatro dientes de ajo por el culete, un par de hojas de laurel, unas ramitas de tomillo fresco, y unas ramitas de romero. Podemos restregar también tomillo y romero por la piel. Le metemos por último un limón partido por la mitad y pinchado con un cuchillo por toda la superficie para que suelte mejor el aroma a limón.
Bridamos las patas del pollo con cuerda para que no se separen ni se salga el relleno.
En la base de la bandeja ponemos aceite de oliva, el resto de dientes de ajo, algunas ramitas de romero y tomillo y unas tres o cuatro hojas de laurel. También repartimos por toda la bandeja las patatas cortadas en rodajas de 4 cm de grosor sin quitarles la piel. Incorporamos también el resto de la verdura cortada en rodajitas o cubos medianos.
Sazonamos con sal y pimienta negra molida a toda la verdura y espolvoreamos hierbas provenzales secas.
Regamos todo con un vaso de vino blanco y otro vaso de caldo de pollo caliente.
Metemos el pollo al horno, que tendremos precalentado a 200ºC, durante aproximadamente una hora y media (en función del horno y en función del tamaño del pollo) Es conveniente vigilarlo a partir de una hora en el horno.
Durante ese tiempo, lo vamos regando de vez en cuando con caldo de pollo, para evitar que se reseque la piel y se queme. También iremos regando la verdura de guarnición.
El objetivo es conseguir que quede muy tierno por dentro, pero crujiente y dorado por fuera. Cuando ya tenga el color del asado y la piel tostada que deseamos, sacamos del horno.